David expresa como pocos los sentimientos que suelen sernos comunes en determinadas temporadas de nuestras vidas.
Condicionados por o que sucede a nuestro alrededor, en la sociedad o la intimidad de nuestras vidas muchas veces nos sentimos con dolor y maltratados, entonces nuestra oración sincera brota:

“Pero tú, Señor, haz honor a tu nombre, y trátame bien.
¡Sálvame, por la bondad de tu amor!
Estoy muy pobre y afligido, tengo herido el corazón, 23 me voy desvaneciendo como una sombra, ¡el viento me arrastra como a una langosta! De no comer me tiemblan las rodillas; adelgazo por falta de alimento.
¡Soy el hazmerreír de la gente! ¡Al verme, mueven burlones la cabeza!”

Es entonces cuando el clamor debe abrir los cielos:

“Ayúdame, Señor y Dios mío; ¡sálvame, por tu amor!
Que sepan que tú, Señor, has hecho esto con tu mano.
No importa que me maldigan, con tal que tú me bendigas.
Que ellos se avergüencen mientras tu siervo se alegra.
¡Que mis enemigos se llenen de vergüenza! ¡Que los cubra la vergüenza como una capa!

La liberación llega tras la oración.
No nos cansemos de hacer el bien, ni de orar esperando la respuesta que viene de la mano de JESÚS.
Seremos reivindicados, puestos en bendición, con nuestros corazones sanados y plenos de paz y alegría.

“Con mis labios daré al Señor gracias infinitas; ¡lo alabaré en medio de mucha gente!
31Porque él aboga en favor del pobre y lo pone a salvo de los que lo condenan.”
Salmo 109.21-31 (DHH)

TOMADOS DE SU MANO
SIEMPRE V E N C E R E M O S