Tenía 16 años y en un Templo que ya no existe, demolido por la construcción de una autopista, me bautizaba en aguas.
Si mi encuentro con JESÚS había sido fuerte, desde aquel enero hasta el fin de abril, las experiencias espirituales fueron en franco crecimiento. Vivencias compartidas con un grupo de amigos, de los cuales unos pocos, vibrábamos de una manera tan intensa que para todos era inexplicable.
Había pasado de un ateísmo a una relación tan vívida con Dios, que ni el psicólogo -al cual me llevó mi madre-, pudo explicar.
Cuando amaneció ese 1 de Mayo de 1977, parecía que todo lo vivido hasta entonces se esfumaba.
Aquel día, me levanté extraño, con una apatía absoluta para las cosas espirituales.
A pesar de haber esperado con ansias el día de mi bautismo, NO SENTÍA NADA.
Por inercia, fui a nuestro Templo, lugar donde nos reuniríamos para marchar hacia otra Iglesia amiga donde se celebraría el bautismo, pues el nuestro no tenía bautisterio.
Al llegar, aquello parecía un velorio, la mayoría lloraba…
Uno por uno me fui enterando de los dramas familiares que había desatado la decisión de bautizarse en las diferentes casas; y yo, tan frío, tan apático… no me reconocía a mí mismo.
Partimos hacia el lugar señalado, compartimos un breve devocional, y ya estábamos cambiados para el bautismo. En mi caso, jean y remera blanca, un ojo en compota y el pelo por los hombros.
Cuando llegó la hora de pasar por las aguas, Andrés, un marinero mercante muy robusto, fue el primero en entrar en una pileta bautismal de concreto, elevada por unas columnas.
Cuando lo sumergieron, el estruendo que sentimos los que esperábamos atrás fue terrible.
Me asomé para saber qué había pasado y, quienes esperaban en la escalera, se recostaron sobre la pared dejándome a mí frente a mi pastor, que con su cara llena de amor me dijo:“vamos Guillermo”.
Subí las escaleras para luego entrar al agua.
Rafael, el misionero que me había hablado de Jesús, y mi pastor, José Manuel, me tomaron de las manos y me preguntaron: “¿estás dispuesto a seguir a Jesús toda la vida?”, mi respuesta inmediata fue “SÍ”, porque aunque en ese momento no sintiera nada, lo había conocido, sabía que estaba vivo y lo amaba.
Mirándome a los ojos, José Manuel me dijo: “por tu confesión de fe, delante de Dios y de estos testigos, te bautizamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Me sumergieron y, en el segundo que duró la inmersión, algo sucedió…
Salí de las aguas llorando y hablando en lenguas extrañas, un volcán incontenible salía de mi interior…
La felicidad que experimenté fue tan impresionante, estaba en otra dimensión, algo que no conocía.
Luego, llegaron los abrazos con Daniel, Marcelo, Gustavo, Cacho, Mario, Ernesto, Tito y qué se yo cuántos más…
Fueron más de 6 horas de llorar y de hablar en un lenguaje desconocido, experimentando un amor tan poderoso, pero de una forma diferente. Ese amor no ingresaba en mí como me había sucedido desde enero cuando había conocido a Jesús, ahora brotaba desde mí hacia los otros.
Mi mamá y mi tía, que estaban presentes, secaban mis ojos y doña Sara, mi mamá, me decía: “basta Guille, te va a hacer mal”… No tenía palabras para explicarle lo que sentía y tampoco quería abstraerme ni siquiera por un momento del disfrute de tantas sensaciones maravillosas.
Regresamos a nuestro Templo y, por primera vez en mi vida, participé de una Santa Cena.
Cuando terminó aquel culto y regresaba a mi casa con mis amigos, la brisa fresca del otoño me daba en la cara despejándome, sin embargo, mis pies parecían flotar.
Aprendí una de las lecciones importantes de la vida: NUNCA TE DEJES GUIAR POR LOS SENTIMIENTOS.
Lo que viví fue por obedecer a pesar de no sentir nada.
También, Jesús me enseñó que en nuestra relación con ÉL, hay momentos de fuertes encuentros y otros donde pareciera que no estuviera a nuestro lado. Sin embargo, son solo sensaciones, ÉL SIEMPRE ESTÁ.
Como en el Cantar de los Cantares, encuentros intensos y desencuentros solo aparentes.
Como una señal para mi vida, todo ocurrió un domingo 1 de Mayo, Día del Trabajador, evocación de los mártires de Chicago. Pocos días después, en aquel lluvioso mayo porteño, experimentaría el llamado al ministerio a mis inexpertos 16 años, y desde allí en adelante, no me he detenido en el trabajo.
En ese entonces, alguien dijo: “ya se le va a pasar, es el primer amor”…
Pues se equivocó, 34 años han pasado y sigo con más intensidad que nunca.
Hoy, como aquel día de mi bautismo, es domingo y es 1 de Mayo.
CONTINÚO TRABAJANDO, MÁS ENAMORADO QUE NUNCA DE JESÚS Y DE SU GENTE.
COMO UNA SEÑAL, FUE EL DÍA DEL TRABAJO Y DEL RECUERDO DE LOS MÁRTIRES…
DOS VÍAS POR LAS QUE, EN SILENCIO, TRANSITÓ MI HISTORIA.
Como hace 34 años me dijo mi Pastor, cada día, siento la dulce voz de JESÚS diciéndome: “VAMOS GUILLERMO”…
Mi respuesta, siempre la misma: ¡¡¡SÍ SEÑOR, PARA TODA LA VIDA!!!