La muerte de JESÚS produjo efectos físicos, emocionales y espirituales.
“El velo, la cortina del santuario, se rasgó”, liberando así la entrada al lugar Santísimo, vedado para todos, excepto para el Sumo Sacerdote quien podía entrar una sola vez al año.
Esa evidencia física es significativa, pues ilustra el acontecer en las mentes de quienes participaron del acontecimiento.
Un capitán del ejército romano que alabó a Dios, reconociendo que JESÚS es su divino hijo.
Una multitud compungida, golpeándose el pecho al darse cuenta de error cometido al ser inducidos por agitadores intencionados.

El velo se rasgó, la bruma huyó… todos podían ver la realidad.

Con dolor, distantes, sus discípulos observaban desde lejos.

Desde el mediodía y hasta la media tarde toda la tierra quedó sumida en la oscuridad, pues el sol se ocultó. Y la cortina del santuario del templo se rasgó en dos.
Entonces Jesús exclamó con fuerza: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”
Y al decir esto, expiró.
El centurión, al ver lo que había sucedido, alabó a Dios y dijo: Verdaderamente este hombre era justo.
Entonces los que se habían reunido para presenciar aquel espectáculo, al ver lo ocurrido, se fueron de allí golpeándose el pecho. Pero todos los conocidos de Jesús, incluso las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, se quedaron mirando desde lejos. (1)

Pero uno de sus discípulos encubiertos, que ejercía autoridad en el consejo, José de Arimatea, salió de la seguridad del anonimato y se expuso al pedir el cuerpo de JESÚS.

Se jugó, entró en zona de riesgo…

Había un hombre bueno y justo llamado José, miembro del Consejo, que no había estado de acuerdo con la decisión ni con la conducta de ellos. Era natural de un pueblo de Judea llamado Arimatea, y esperaba el reino de Dios. Éste se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.

Después de bajarlo, lo envolvió en una sábana de lino y lo puso en un sepulcro cavado en la roca, en el que todavía no se había sepultado a nadie.

Era el día de preparación para el sábado, que estaba a punto de comenzar.

Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea siguieron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Luego volvieron a casa y prepararon especias aromáticas y perfumes. Entonces descansaron el sábado, conforme al mandamiento. (2)

Los momentos de tinieblas más densas exigen definir nuestras lealtades y compromisos, aun cuando estos suenen suicidas por colocarnos del lado de “los perdedores”.

Algo había sucedido, el centurión se dio cuenta de ello… los discípulos, por estar lejos, no percibieron la victoria, y José, por su decisión pasó a la historia.

Continuará…

 

(1)    Lucas 23.44-49 (NVI)
(2)    Lucas 23.50-56 (NVI)