Estar tan lejos de la cruz hizo que los discípulos, seguros por estar distantes, también estuvieran al margen de todo lo que estaba aconteciendo.
Cuando las mujeres que fueron a la tumba les contaron el diálogo que mantuvieron con aquellos ángeles, ellos no les creyeron.
Tan fácil y tan rápido se olvidaron de las promesas hechas por JESÚS.
Estar lejos y distante te asegura no sentir… pero ¿eso es bueno?
El domingo, al amanecer, las mujeres fueron a la tumba de Jesús para llevar los perfumes que habían preparado. Cuando llegaron, vieron que la piedra que tapaba la entrada de la tumba ya no estaba en su lugar. Entonces entraron en la tumba, pero no encontraron el cuerpo de Jesús. Ellas no sabían qué hacer ni qué pensar.
De pronto, dos hombres se pararon junto a ellas. Tenían ropa muy blanca y brillante. Las mujeres tuvieron tanto miedo que se inclinaron hasta tocar el suelo con su frente. Los hombres les dijeron: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? Recuerden lo que Jesús, el Hijo del hombre, les dijo cuando todavía estaba en la región de Galilea. Él les dijo que sería entregado a hombres malvados que lo matarían en una cruz, pero que al tercer día iba a resucitar.
Ellas recordaron esas palabras, y salieron de aquel lugar. Cuando llegaron a donde estaban los once apóstoles y los otros discípulos, les contaron lo que había pasado. Pero ellos no creyeron lo que ellas decían, porque les parecía una tontería.
Entre las mujeres estaban María Magdalena, Juana y María, la madre del discípulo que se llamaba Santiago. (1)
La maravilla de estar cerca y no tener prisa permite que tengamos vivencias únicas como la que disfrutó la Magdalena, la primera que vio vivo a JESÚS y no quería dejarlo ir.
…pero María se quedó afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies.
¿Por qué lloras, mujer?, le preguntaron los ángeles.
Es que se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto, les respondió.
Apenas dijo esto, volvió la mirada y allí vio a Jesús de pie, aunque no sabía que era él.
Jesús le dijo: ¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que se trataba del que cuidaba el huerto, le dijo: Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, y yo iré por él.
María, le dijo Jesús.
Ella se volvió y exclamó: ¡Raboni! (que en arameo significa: Maestro).
Suéltame, porque todavía no he vuelto al Padre. Ve más bien a mis hermanos y diles: “Vuelvo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes.”
María Magdalena fue a darles la noticia a los discípulos. ¡He visto al Señor!, exclamaba, y les contaba lo que él le había dicho. (2)
JESÚS amaba mucho a los suyos. A pesar de la lejanía e incredulidad, les envió un mensaje claro: “Quiero verlos; pero no aquí, en Jerusalén, donde está el poder político y religioso; vamos a la playa… me adelanto y los espero en Galilea”.
Galilea, la de los gentiles, la de los pecadores sin derecho alguno; ese era el lugar de JESÚS en la tierra.
Ustedes están buscando a Jesús, el de Nazaret, el que murió en la cruz. No está aquí; ha resucitado. Vean el lugar donde habían puesto su cuerpo. Y ahora, vayan y cuenten a sus discípulos y a Pedro que Jesús va a Galilea para llegar antes que ellos. Allí podrán verlo, tal como les dijo antes de morir. (3)
Atreverse a ir lejos, obedeciendo su llamado, nos asegura un encuentro que tiene sorpresas.
JESÚS los esperó con un asadito y les regaló una pesca milagrosa.
Obras extraordinarias del RESUCITADO, que está con vos, todos los días hasta el fin…
Al despuntar el alba Jesús se hizo presente en la orilla, pero los discípulos no se dieron cuenta de que era él.
Muchachos, ¿no tienen algo de comer?, les preguntó Jesús.
No, respondieron ellos.
Tiren la red a la derecha de la barca, y pescarán algo.
Así lo hicieron, y era tal la cantidad de pescados que ya no podían sacar la red.
¡Es el Señor!, dijo a Pedro el discípulo a quien Jesús amaba.
Tan pronto como Simón Pedro le oyó decir: “Es el Señor”, se puso la ropa, pues estaba semidesnudo, y se tiró al agua. Los otros discípulos lo siguieron en la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban a escasos cien metros de la orilla.
Al desembarcar, vieron unas brasas con un pescado encima, y un pan.
Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar, les dijo Jesús.
Simón Pedro subió a bordo y arrastró hasta la orilla la red, la cual estaba llena de pescados de buen tamaño. Eran ciento cincuenta y tres, pero a pesar de ser tantos la red no se rompió.
Vengan a desayunar, les dijo Jesús.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres tú?”, porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio a ellos, e hizo lo mismo con el pescado. (4)
(1) Lucas 24.1-12 (TLA)
(2) Juan 20.11-18 (NVI)
(3) Marcos 16.6b-7 (TLA)
(4) Juan 21.4-13