Cuando escucho o leo personas que ponen en duda el número de 30 mil desaparecidos -como si el número modificara la barbarie- pienso que, en un solo día, en menos de una hora, asesinaron al 1% de esa cantidad de personas.

Desde 1955, las matanzas continuaron con persecuciones abominables.

La impiedad creciente llegó al extremo en 1976.

Muchos evangélicos -exceptuando a los pentecostales que gracias a la autorización del presidente Perón habían vivido en 1954 las campañas con el evangelista Tomy Hicks en los estadios de Atlanta y Huracán, que habían una explosión de milagros y avivamiento- festejaban el derrocamiento del “tirano”.

Un pastor metodista muy amado narraba aquellos acontecimientos. En su relato, contó que aquella tarde, feliz por la noticia, llegó a la Iglesia que pastoreaba en el proletario barrio de Ingeniero Budge. Allí, la alegría fue confrontada por la tristeza de su pueblo. Golpeado por la realidad reflexionó: “¿cómo puedo estar contento si mi gente sufre?”

Con voz quebrada, me dijo: ”Aquel día, el amor por mi gente me hizo entender la otra realidad, la del pueblo. Sin darme cuenta cambié mi ideario político, me volví peronista”.

Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, pues quedarán satisfechos. 

Dichosos ustedes los que ahora lloran, pues después reirán.
Lucas 6:21 DHH