El pasado domingo 27 de enero de 2013, todos quedamos conmovidos por la muerte de 233 jóvenes en el incendio de la discoteca Kiss, en la ciudad de Santa María, Brasil. Una bengala combinada con materiales tóxicos utilizados en el local produjeron la letal fusión.
Historia por nosotros sufrida aquel 30 de diciembre de 2004 en el incendio de Cromagnon. Esta nueva tragedia nos lleva a la reflexión y a mí, en particular, a compartir una experiencia no divulgada.
El domingo 27 de enero de 2013 me encontró predicando en la hermosa República del Perú. Hermanos preciosos llenaron los tres servicios matinales de la iglesia Emanuel, en el centro de Lima, donde el pastor Saúl Gutiérrez –un nuevo amigo amado que conocí gracias al entrañable Humberto Lay– me había invitado a predicar.
Durante la jornada con el cuerpo pastoral, que mantuvimos el día sábado, Saúl me comentó que el lema de la Palabra Profética que ellos habían recibido para 2013 era “COMPASIÓN”.
Aquel domingo, un ejemplo vino a mi mente en medio de la prédica para clarificar, con esa historia, los conceptos que quería verter sobre el pueblo: nuestra participación en la tragedia de la discoteca República de Cromagnon en la Ciudad de Buenos Aires.
La noche del 27 de diciembre de 2004, habíamos celebrado el Culto de Metas, actividad final de nuestra congregación todos los años. El predicador fue el evangelista Carlos Annacondia quien nos exhortó a la compasión, palabra que nosotros tomamos como parte del mensaje profético que nos guiaría a lo largo de 2005. El relato del evangelio de Lucas en el capítulo 7 muestra el encuentro de dos grupos: uno, feliz acompañaba a Jesús, y otro, con dolor, llevaba a enterrar al único hijo de una viuda. Jesús se compadeció de ella y acercándose al féretro resucitó al muchacho…
“Tener compasión de la gente que nos rodea, mirar con atención a quienes sufren a nuestro alrededor y llegar a ellos con el mensaje y el poder de Jesús” fue la síntesis de aquel mensaje.
Días después, el 30 de diciembre, un grupo del cuerpo pastoral de jóvenes del Centro Cristiano Nueva Vida, encabezados por quien entonces era su copastor, Carlos Volpe Lastra, cenaban en el restaurante “La espiga” cito en Av. Rivadavia y Misiones. A cinco cuadras de allí, en la calle Bartolomé Mitre 3060, entre Jean Juares y Ecuador, se desató la tragedia cuando unas bengalas disparadas en el interior del local encendieron los decorados y cielorraso de Cromagnon.
Rápidamente, los muchachos acudieron al lugar, siendo de los primeros en llegar. Luego, otros hermanos de nuestra congregación, impregnados por el mensaje de la compasión que estaba presente en todo nuestro pueblo, al ver y oír la noticia, llegaron velozmente al lugar. El número de nuestros voluntarios superó los 700 en contados minutos. Ellos cubrieron todas las áreas necesarias en aquella urgencia: algunos rescataban víctimas, otros sacaban cadáveres transportándolos a la Morgue Judicial que, por ser ya 31 de diciembre, contaba solamente con una guardia mínima; esto llevó a nuestros muchachos a realizar también la penosa tarea de depositar los cuerpos en la dependencia mortuoria.
Otros, organizados según la estructura de la Iglesia, como sabían a quien responder, se distribuyeron por equipos y se trasladaron a cada hospital, acompañaron a los heridos y luego cuando comenzaron a llegar los familiares desesperados brindaban rápidamente la información acerca de dónde se encontraba cada chico y su estado. Así, asistieron a las víctimas y a sus seres queridos en los peores momentos.
Fueron días de secarnos las lágrimas y seguir luchando en oración y derramando amor. También, de contener la indignación por ver las ambulancias y los hospitales carentes de oxígeno por la irresponsabilidad de la administración política de la Ciudad, razón por la cual los que primero llegaron tuvieron mayores posibilidades de conservar la vida.
Primariamente, los muertos fueron 194 y 1432 los heridos. Digo primariamente, porque con el paso del tiempo algunos de esos heridos murieron.
Dios obró con poder y vimos muchos milagros, incluso algunos que quedaron con secuelas, hoy, a 8 años de aquella cruenta noche, siguen siendo ministrados por nuestra gente.
Fueron días y noches sin dormir, donde la intensa labor de cientos de mujeres y hombres llenaron el vacío del dolor con amor, movidos por pura compasión.
Debo reconocer que mucho me sorprendió el relato del líder de una banda de “rock cristiano” quien debió pelearse con líderes juveniles extranjeros que había organizado una actividad para el día 1 de enero y no aceptaban que estos jóvenes artistas cristianos no quisieran tocar en aquella jornada ateniéndose al duelo que se había implantado en la Ciudad.
El sábado 4 de diciembre de 2004, 26 días antes de la tragedia, una organización de lucha contra el SIDA realizó una maratón simbólica para llamar la atención de la población. Delante de la gente que se unía a la marcha, en un trailer tirado por un camión, la banda Callejeros entonaba sus canciones de rock a lo largo de la Avenida Caseros en Parque Patricios.
Nuestros jóvenes se hicieron presentes para evangelizar en medio de aquella actividad y tomaron contacto con muchos de las chicas y muchachos seguidores fieles de la banda que fue la misma que protagonizara la catástrofe de Cromagnon.
Por esta causa, conocían a muchos de los auxiliados por quienes se desesperaban y a otros les toco el horror de levantar sus cadáveres. Los habían evangelizado 26 días antes del dolor.
En medio del llanto y la tristeza, la esperanza de que habiendo escuchado hubiesen recibido al Señor encendía la luz de la salvación.
Todos jóvenes que parecían tener toda la vida por delante… sin embargo, por la negligencia y la corrupción no llegaron a finalizar aquel año… Todavía recuerdo el canto de los padres en penumbras –ya que el poder político apagaba las luminarias del alumbrado público para que las cámaras de TV no pudieran enfocar– pidiendo justicia: “no fue la droga, ni el rock and roll, a nuestros hijos los mató la corrupción…”.
Un cúmulo de sensaciones me asaltan. La compasión que no tiene fecha de vencimiento ni debe regirse por emociones momentáneas ha ser nuestro sentir permanente.
Por otro lado, la URGENCIA DEL EVANGELISMO, pues nadie tiene el futuro garantizado y todos necesitan oír en tiempo y fuera de tiempo el mensaje redentor del Evangelio.
Quedé conmovido este domingo 27 de enero, cuando por la tarde, antes de salir del hotel para emprender mi regreso a Buenos Aires, revisé mi correo en el cual un mensaje de uno de los Codirectores de CORDIALMENTE me pedía que escribiera la nota referida al doloroso episodio de la tragedia de Brasil… fue entonces que tomé conocimiento de lo ocurrido.
Había predicado durante la mañana sobre Cromagnon sin saber que nuevamente el dolor de la muerte había tajeado el corazón de Sudamérica.
No creo en la casualidades… la empatía va más allá de la razón y el conocimiento.
“Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con él muchos de sus discípulos, y una gran multitud. Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad. Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre. Y todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros; y: Dios ha visitado a su pueblo. Y se extendió la fama de él por toda Judea, y por toda la región de alrededor.” San Lucas 7.11-17