Cuando yo era pibe, lo admiraba.
Por su culpa, en el picado del barrio nos peleábamos para ser defensores.
Verlo entrar en la cancha era sentir que estábamos seguros…

Pelota al pie, cabeza levantaba y el brazo doblado a la altura del codo cubriendo el abdomen… una palabra que parece haber sido creada para él: PRESTANCIA.

Cuando iba a las piletas de LACADE, subir al camping para verlo entrenar en la auxiliar era increíble, solo un alambrado me separaba del tipo más respetado de ese equipo… hasta que se fue al Cruzeiro, qué rabia.

Si nos atacaban, el era la tranquilidad. Roberto o la sacaba fuerte y lejos buscando al Bocha o habilitando a algún delantero, o salía jugando tan simple que parecía que los demás estaban detenidos en el tiempo.

Las pelotas eran las Pintier, pesadas de por sí, más cuando se mojaban. Por eso, si teníamos un tiro libre a favor, cerca del área rival, el Mariscal iba al trote y… una de dos: o daba en la barrera y algún jugador caía desplomado o, simplemente, gol.

Campeón de todo con RACING… y como técnico, le dio él único título de su historia a Gimnasia y Esgrima de La Plata.
Su amistad con Pepé Santoro (otro gigante) me enseñó a amar a los vecinos.

Por aquel tanque de agua en forma de pelota de gajos como pentágonos negros y blancos reconocíamos su casa en Sarandí… respiraba “fobal”. 
Lástima que no tenemos una puerta o una tribuna con tu nombre en el Cilindro de los Sueños. Cuando hagan justicia, no importa a qué lugar de la cancha iré, seguro pasaré por ella cada vez que pise la Catedral.

Hoy es un día triste, con Roberto se fue un pedazo de mi infancia.

Quiero recordarlo así con la blanca y celeste de nuestra Avellaneda amada…

Chau Roberto, cuando nos reencontremos quiero estar en tu equipo. Allá en nuestro barrio, junto a Tito, el Bocha y Agustín Mario: “volveremos a encontrarnos y allí sin prisas vivir…”
COMO NUNCA, ¡¡¡ABRAZO DE GOL!!!