Dicen que crisis es oportunidad de cambio y este, en ocasiones, es volver a las sendas antiguas.
Uno de los días finales del año 500 aC, el pueblo consultó a los sacerdotes y profetas para saber si debían seguir con su ritos religiosos de lutos, ayunos y abstinencias con los que durante décadas se afligían.
Por medio del profeta Zacarías, Dios dio a conocer su rechazo por aquellos rituales. Una lección de la verdadera espiritualidad.
En mi cabeza, desde diciembre de 2002, resuenan como campanadas los versos tres, cuatro y cinco del capítulo dieciséis del libro del profeta Isaías. Allí nos habla de ayudar a los necesitados, proteger a los débiles, como condición para salir del desastre, y promete firmeza en el trono a quien haga tales cosas. Una palabra profética en días de mucho dolor, soplo divino para llenar de viento favorable nuestras velas.
A sabiendas de aquello, las palabras de Zacarías se vuelven persistentes, mostrándonos un camino que no podemos soslayar:
Juzgar rectamente.
Ser bondadosos y compasivos unos con otros.
No oprimir a los débiles (viudas, huérfanos, extranjeros y pobres).
No pensar cómo dañar al prójimo.
En aquellos días, el pueblo endureció su corazón, razón de la catástrofe que vino sobre su tierra.
Tal fue el estado de ruindad que generaron, que Dios exclamó:
¡UN PAÍS TAN HERMOSO…
Y ELLOS LO CONVIRTIERON EN DESOLACIÓN!
Lo bueno es que con JESÚS siempre tenemos un nueva oportunidad.
Un cambio de actitud abre las ventanas de los cielos.
TENEMOS PROMESA, Dios quiere mudarse a nuestro barrio si nos volvemos atrás para vivir en su cultura.
Con ÉL, LO QUE PARECE IMPOSIBLE a nuestros ojos, se hará realidad: los ancianos vivirán muchos días y junto con los niños expresarán el júbilo de un pueblo feliz.
ES HORA DE CAMBIAR.
TEXTO BÍBLICO
“El Señor se dirigió al profeta Zacarías, y le dijo:
«Esto es lo que yo ordeno: Sean ustedes rectos en sus juicios, y bondadosos y compasivos unos con otros. No opriman a las viudas, ni a los huérfanos, ni a los extranjeros, ni a los pobres. No piensen en cómo hacerse daño unos a otros.» Pero el pueblo se negó a obedecer. Todos volvieron la espalda y se hicieron los sordos. Endurecieron su corazón como el diamante, para no escuchar la enseñanza y los mandatos que el Señor todopoderoso comunicó por su espíritu, por medio de los antiguos profetas.
Por eso el Señor se enojó mucho, y dijo: «Así como ellos no quisieron escucharme cuando yo los llamaba, tampoco yo los escucharé cuando ellos me invoquen. Por eso los dispersé como por un torbellino entre todas esas naciones que ellos no conocían, y tras ellos quedó el país convertido en un desierto donde nadie podía vivir.
¡Un país tan hermoso, y ellos lo convirtieron en desolación!»
El Señor todopoderoso me dio este mensaje: «Esto es lo que yo, el Señor todopoderoso, digo: Siento por Sión grandes celos, celos furiosos. Y he de volver a Jerusalén, para vivir allí.
Entonces Jerusalén será llamada Ciudad Fiel, y el monte del Señor todopoderoso será llamado Monte Santo.
Ancianos y ancianas se sentarán de nuevo en las plazas de Jerusalén, apoyado cada cual en su bastón a causa de su mucha edad. Niños y niñas llenarán las plazas de la ciudad y jugarán en ellas.
En aquel tiempo todo esto parecerá imposible a los ojos de los que queden de mi pueblo; pero a mí no me lo parecerá.
Yo, el Señor todopoderoso, lo afirmo: Yo libertaré a mi pueblo del poder del país de oriente y del país de occidente…”
Zacarías 7.8 al 8.7 (DHH)