Ante el intento de beatificación de Eva Perón, ella responde desde su última carta al pueblo.

La historia de la humanidad podría escribirse desde el estudio de la apropiación de iconos populares como instrumento de conquista.

Al cumplirse un siglo del nacimiento de la mujer mas amada y odiada de la Argentina, fuimos sorprendidos con la petición concertada para su beatificación. Cruel intento religioso de apropiación de la abanderada de los humildes.

Crecí en el seno de una familia antiperonista, pero profundamente respetuosa de la persona y labor de Evita, aunque crítica de sus formas…
Quizás, porque tras mi llamamiento al ministerio cristiano enfrenté las hipocresías y atrocidades con las que ella lidió, puedo entender sus formas.

Siempre admiré el hecho de que una joven de 26 años, con las veleidades propias de una actriz, abrazara con tal pasión su vocación por la gente, en lugar de dedicarse a disfrutar los favores de ser la esposa del presidente más popular que la Argentina haya tenido.

Mucho se ha dicho sobre ella, en su favor y en su contra.
Tantas pasiones ha despertado que, durante los últimos cuatro años, su imagen, vigía desde lo alto del Ministerio de Desarrollo Social, fue sumergida en la oscuridad silenciosa de la grieta, herida social para nada huérfana, que genera odio por los pobres en los corazones de los un poco menos pobres.
Es hora de iluminar, para poder otear la historia sin permiso, como lo hicieron los trabajadores con su imagen, el último domingo de octubre.

Propongo que, sin juicios previos ni apasionamientos, podamos leer las palabras que forman parte de su último escrito, Mi mensaje, para descubrir que su memoria no reclama un beato reconocimiento religioso poco inocente, sino la comprensión sus palabras y la acción que ellas demandan.

Espero que más allá de todo posicionamiento o ausencia de él, este mensaje despierte en tu alma lo mismo que despierta en la mía.

Soy Pastor, mi lugar en la vida es estar al lado del pueblo. Hablo, pienso, trabajo y vivo para él con una pasión en crecimiento permanente, que lleva cuatro décadas, desde que me enamoré de la gente, la música y los olores de Villa Tranquila, cuando a los 18 años recién cumplidos, comencé a caminar sus pasillos.

Sugiero que leas con la razón despierta y el corazón hambriento.

 

Extractos del libro Mi mensaje, de Eva Perón (1952):

La religión, capítulo 21:
Cristo les pidió que evangelizasen a los pobres y ellos no debieron jamás abandonar al pueblo dónde está la inmensa masa oprimida de los pobres.

[…] Muchas veces, para desgracia de la fe, el clero ha servido a los políticos enemigos del pueblo predicando una estúpida resignación… que no sé todavía cómo puede conciliarse con la dignidad humana ni con la sed de Justicia cuya bienaventuranza se canta en el Evangelio.
También el clero político pretende ejercer en todos los países el dominio y aún la explotación del pueblo por medio del gobierno, lo que también es peligroso para la felicidad del pueblo.
Los dos caminos del clericalismo político y de la política clerical deben ser evitados por los pueblos del mundo si quieren ser alguna vez felices.

[…] Yo me rebelo contra las “religiones” que hacen agachar la frente de los hombres y el alma de los pueblos. Eso no puede ser religión. La religión debe levantar la cabeza de los hombres. Yo admiro a la religión que puede hacerle decir a un humilde descamisado frente a un emperador: “¡Yo soy lo mismo que Usted, hijo de Dios!

[…] Predicar la resignación es predicar la esclavitud.
Es necesario, en cambio, predicar la libertad y la justicia.
¡Es el amor el único camino por el que la religión podrá llegar a ver el día de los pueblos!

 

Las formas y los principios, capítulo 22:
[…] La religión es para el hombre y no el hombre para la religión, y por eso la religión ha de ser profundamente humana, profundamente popular.
Y para que la religión sea así, profundamente popular, debe volver a ser como antes. Ha de volver a hablar en el lenguaje del corazón que es el lenguaje del pueblo, olvidándose de los ritos excesivos y de las complicaciones teológicas también excesivas.

 

Las jerarquías clericales, capítulo 20:
Entre los hombres fríos de mi tiempo señalo a las jerarquías clericales cuya inmensa mayoría padece de una inconcebible indiferencia frente a la realidad sufriente de los pueblos.
[…] Les reprocho olvidarse del pueblo y haber hecho todo lo posible por ocultar el nombre y la figura de Cristo tras la cortina de humo con que lo inciensan.
El clero de los nuevos tiempos, si quiere salvar al mundo de la destrucción espiritual, tiene que convertirse al cristianismo.

 

Sobre Los pueblos y Dios, capítulo 23:
Muchas veces, en estos años de mi vida, he pensado qué lejos estaban ciertos predicadores y apóstoles de la religión del corazón del pueblo… porque la frialdad y el egoísmo de sus almas no podían contagiar a nadie ni sembrar en las almas el ardor de la fe, que es fuego ardiente.
Yo sé -y lo declaro con todas las fuerzas de mi espíritu- que los pueblos tienen sed de Dios.

 

Reflexión final

Muchos pueden conocer sin entender y otros entender sin conocer, son acciones no vinculantes.
Claro que existen quienes nada entienden ni conocen y aquellos que conocen y entienden todo.

Teñirse con imágenes y apoderarse de triunfantes banderas es un triste camuflaje político, que esconde seducciones de ambiciosas intensiones.

Por el contrario, debemos entender y conocer, tal como nos aconseja el profeta Jeremías; entonces, responder a la apelación de Evita: “Convertirse al cristianismo”. Así, podremos llegar a consagrar la misericordia que levanta a todo desposeído, el juicio sobre quienes rapiñan con maldad al pueblo y la justicia social, económica y legal, que desarrolla equidad para todos, divino anhelo.

 

“Así dijo Dios: No se alabe el sabio en su sabiduría,
ni en su valentía el valiente, ni el rico en sus riquezas.
Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme,
 que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero…
Jeremías 9.23-24 (RV1960 abreviado)

 

 

* Notas relacionadas:
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