El silencio de la prensa, las imágenes y noticias desaparecidas en las redes y televisores, no son indicio del triunfo de la justicia que genera paz.
En Chile se viven horas que demandan nuestra oración consciente, informada, esa que emana el alma al conocer la vida y el estado del pueblo, de nuestros hermanos.
Les comparto una carta abierta publicada por el Pastor Juan Sepulveda González, el pasado 12 de enero.

OREMOS POR CHILE
OREMOS POR UN DESPERTAR EN EL PUEBLO CRISTIANO
OREMOS POR LA JUSTICIA QUE LLAMA A LA PAZ

“La misericordia y la verdad se encontraron;
La justicia y la paz se besaron.” Salmo 85.10 RV1960

CARTA ABIERTA A MIS HERMANAS Y HERMANOS EVANGÉLICOS

Juan Sepúlveda González
Estimadas hermanas, estimados hermanos:
El martes 7 de enero en el Senado se votó una iniciativa que proponía consagrar el agua como un bien de uso público en la Constitución. La iniciativa fue rechazada con 24 votos a favor y 12 en contra. Como reconozco que nunca he sido muy bueno para las matemáticas, pido a cualquiera de ustedes que me explique por qué 12 votos (1/3) son más que 24 (2/3).
Al parecer el problema no está en las matemáticas, sino en que la actual Constitución fue diseñada para que la minoría más acomodada y poderosa pueda defender sus privilegios, como cándidamente reconoció la esposa del Presidente en un mensaje enviado a sus amigas.
Este ejemplo, tan simple y claro, sirve para entender mejor el problema más grave que tenemos en Chile: el actual Presidente fue elegido por menos de la mitad de las personas con derecho a voto. Ustedes me dirán que eso es un problema de la gente que no quiso votar… de acuerdo, ¿pero creen ustedes que la gente dejó de votar por pura flojera e irresponsabilidad?
Mucha gente dejó de votar porque comenzó a sentir que daba lo mismo, precisamente porque la minoría más acomodada y poderosa siempre se las ha arreglado para revertir las iniciativas que la mayoría impulsa en favor de mayor justicia e igualdad, todo eso gracias a la actual Constitución.
Por eso fue creciendo la idea de que manifestarse en las calles es mucho más efectivo que votar. Desde 2011 venían aumentando las manifestaciones sociales, en su mayoría pacíficas, aunque siempre con grupos minoritarios más violentos.
El actual gobierno, que ganó las elecciones de 2017 diciendo que un cambio de Constitución no tenía nada que ver con las necesidades de las personas y que, ante las primeras protestas por el alza de los pasajes del transporte público, demostró una tremenda incapacidad de comprender el descontento ciudadano, lamentablemente terminó dando una pésima señal: a pesar de su constante condena verbal de la violencia, solamente ha cedido ante el escalamiento de la violencia. Con esa manera de actuar, ha dejado la impresión de que tienen la razón quienes creen que mucho mejor que el voto es una barricada.
Así llegamos al escenario altamente beligerante de las últimas semanas de octubre y primeras semanas de noviembre del año pasado. En ese momento, el llamado “Acuerdo por la Paz Social y una Nueva Constitución”, aunque evidentemente algunos lo firmaron más por miedo que por convicciones democráticas, abrió un posible camino de salida a la actual crisis (ver información oficial aquí): un itinerario para lograr, por primera vez en la historia, una Constitución gestada en forma verdaderamente democrática y participativa, lo que se decidirá en primera instancia en el Plebiscito del próximo 26 de abril.
Es evidente que una Nueva Constitución no será una panacea para resolver todas las desigualdades y problemas pendientes que tenemos como país. Quien diga eso se equivoca, ya sea por ignorancia o por mala fe. Pero ciertamente es fundamental para resolver el problema más grave que enfrentamos actualmente: una profunda crisis de confianza en la democracia.
Una Nueva Constitución, gestada democráticamente, permite abrigar la esperanza de que las mayorías de nuestro país volverán a confiar en las instituciones del Estado, reconociéndolas como las instancias idóneas para llegar a acuerdos que permitan una convivencia justa y pacífica
A quienes temen que un cambio de Constitución representa una amenaza de caos y violencia, les recuerdo que lo que estamos viviendo actualmente ya es una situación caótica y violenta. Mientras el “apruebo” abriría una puerta hacia una vía institucional de entendimiento, el “rechazo” dejaría las cosas tal como están, es decir, con una parte del país creyendo que la única forma de ser escuchada es desde una barricada.
Si bien es cierto que un proceso constituyente será complejo e incierto, al menos la incertidumbre deja el espacio abierto a que venga algo mejor. En cambio, dejar las cosas tal como están, es un camino seguro a la prolongación de la confrontación y la violencia, aumentando el riesgo de soluciones autoritarias.
A quienes piensan que defendiendo la actual Constitución están defendiendo los valores cristianos, les recuerdo que Jesús resumió todos los mandamientos en el mandamiento del amor. ¿Les parece un acto de amor defender una Constitución que permite a una minoría imponer sus privilegios por sobre los derechos de la mayoría?
Al terminar esta carta, me parece oportuno recordarles que la noción de un “nuevo pacto” es muy familiar y querida para quienes creemos que la Biblia es Palabra de Dios. ¿Por qué, entonces, sentirnos obligados a escuchar y obedecer la voz de quienes, como los falsos profetas del Antiguo Testamento, defienden la supuesta “paz” que sostiene el pacto vigente (la actual Constitución), en vez de animarnos a seguir las voces que anuncian y confían en las posibilidades de un “nuevo pacto”? Por mi parte, confío en que Dios acompañará nuestro caminar, si nos animamos a recorrer el camino hacia una Nueva Constitución, que asegure que Chile sea realmente la casa de todas y todos.

Juan Sepúlveda González, 12 de enero de 2020


Juan Sepúlveda González
Pastor y teólogo pentecostal.

Nominado al premio nacional de Derechos Humanos 2014. Fundador y presidente de la Confraternidad Cristiana de Iglesias que jugó un rol clave en la dictadura.

Doctorado (PhD, Doctor of Philosophy) en la Facultad de Artes de la Universidad de Birmingham, Inglaterra.

Licenciado en Estudios Teológicos en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET) de Buenos Aires.